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La espléndida madurez de un poeta clandestino

José Luis Martínez (Valencia, 1959), como tantos otros poetas, ha tenido la mala suerte de publicar sus tres primeros libros en editoriales de vocación tan clandestina que han acabado por resultar inexistentes, y esto porque las dos primeras han desaparecido y la última carece de una distribución mínimamente aceptable. Esta circunstancia ha privado a la gran mayoría de los lectores de este país de conocer a uno de los poetas más irreductiblemente personales y sorprendentes de los últimos años. Ausente de las antologías y ajeno por completo a los oropeles del mundillo literario, Martínez ha ido construyendo una obra cuya notable evolución interna, sin quebrar nunca su coherencia, desemboca ahora en un libro redondo, depurado, esencial, pleno: El tiempo de la vida.

       El experimentalismo bienhumorado y ocurrente de sus primeros libros, que alcanza una singular cumbre dentro de la poesía de tono coloquial de Pameos y meopas de Rosa Silla -un bello conjunto de poemas amorosos, escrito desde la plenitud, que zarandea continuamente al lector con sus hallazgos lingüísticos y con su atrevimiento sentimental desatado-, desemboca en su penúltimo libro, Abandonadas ocupaciones, en una lírica de corte existencialista que, sin renunciar a los bien aprendidos fueros de la imaginación y de la ironía, trasciende dichos recursos para entregarnos la emoción de la vida con una desnudez e intensidad que alcanza su máxima expresión en el último libro que acaba de sacar la editorial Pre-Textos y que ahora nos ocupa.

       En El tiempo de la vida de José Luis Martínez lo mejor de sí mismo como poeta. “Refutación del ingenio” se titula uno de sus poemas, que termina de la siguiente reveladora manera: “Ahora sé muy bien / que el ingenio es deseo de evasión, /chispa efímera, fuego fatuo, / voluntad de escapar / de cualquier compromiso”, y es que la poética de Martínez, sin renunciar a ese patrimonio personal que ha demostrado poseer en el ingenio, sino más bien canalizando ese ingenio hacía más altas metas, ha cambiado definitivamente: lo que antes era emoción en estado puro, burla o exabrupto, es ahora pensamiento, sereno y certero pensamiento poético, y ya se sabe que el pensamiento poético es aquel que, confundido plenamente con el sentimiento, les habla a nuestros corazones del dolor y del consuelo.

       Un poeta más de la experiencia, dirán algunos. En absoluto, porque el punto de vista desde el que Martínez acostumbra a abordar los temas eternos descoloca al lector, es como si estuviéramos viendo el paisaje conocido de nuestra propia habitación a través de la lente caprichosa y oscilante de la ebriedad lisérgica: una pista de karts se convierte en metáfora de la vida, o de pronto nos vemos asimilados a la condición de parásitos tales como las niguas o los helmintos en el poema de ese mismo título, o nos convertimos en hijos naturales de Edward D. Wood, Jr. por obra y gracia de nuestra vocación de fracaso. Martínez es especialista en desconcertarnos, usa del arte del mago y comienza por mostrarnos un baúl que terminará quedando convertido en una lágrima ante nuestros ojos atónitos. Sus razonamientos, la evolución de sus argumentaciones, tiene a menudo una raíz de corte irracional, porque sus intuiciones nacen de lo más íntimo y pertenecen a alguien que permanece continuamente alerta, listo para atrapar cualquier asociación poética que el transcurso cotidiano de la vida le ponga ante la vista, y todo esto queda subrayado por una singular capacidad para la imagen que aporta intensidad al discurso poético a través de una sorpresa que trasciende lo estético para adentrarse en el terreno de la emoción.

       José Luis Martínez es un poeta comprometido con la vida, porque sabe, como Brines, que la vida pudo ser una bella verdad, por eso rastrea esa verdad feliz entre las ruinas de nuestro mundo cotidiano, salva para nosotros diminutos cristales del eterno vidrio de la belleza, y se rebela contra la fealdad de un mundo inhóspito en el que caben la maldición del trabajo indeseado («Paradoja de la inevitable infelicidad») y las maldiciones del horror y del hambre («Una luz»), retransmitidas en diferido por la televisión. Y quede claro que no se trata de poesía social ni reivindicativa, sino sólo de poesía consciente.

       José Luis Martínez ha escrito el mejor de sus libros: poemas como «Vecino», «El camino que lleva a un árbol», «Memoria de ti», «Haciéndonos cargo de nosotros mismos» o «Una edad del corazón» no están al alcance de cualquiera, y lo ha publicado por fin en una editorial de alcance y de prestigio. Ya no tienes excusa, lector, para pasar un rato feliz leyéndolo.

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