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Abandonadas ocupaciones

En el volumen de Rafael Ballester, Antonio Carlos González y Pedro J. de la Peña, La poesía valenciana en castellano (1987), se catalogaba a José Luis Martínez (Valencia, 1959) como “uno de los poetas de la nueva hornada más interesantes e innovadores”. Incluido en 20 poemas de amor y un par de canciones desesperadas (1987) y en Inventario (1987), ha publicado con anterioridad Pameos y meopas de Rosa Silla (1984-85), pero editada en 1989) y Culture Club (1986). En esta obra, la disonancia de “circunflejos” (diversos “tonos” líricos) se produce por la continua ironía y el fuerte distanciamiento frente a la “realidad” poética. «Sentarse a escribir poesía debería poder ser calificado con mucho más que un cuatro: ojalá fuera estimada cita de sonrisas […] y lágrimas». En su primera entrega -con título tomado de Cortázar-, el lenguaje ofrecía las “rupturas” emocionales, a través de paralelismos, bajo las “sorpresas” de una búsqueda amorosa. Luchando por la felicidad y compartiendo los “juegos” afectivos de las palabras, el discurso trenzaba la historia de un amor, tras el desarraigo y cotidianidad. Con el actual poemario, premio Tardor 1996, su autor halla las “razones” de la escritura y muestra una perfecta “recopilación” de reflexiones sobre metaliteratura y sobre la experiencia. Las “ocupaciones” abandonadas implican un “plan de actuación” meditativo, donde la temporalidad preside la “vocación” con claros acentos elegiacos.

       Un auténtico tratado sobre “el oficio de escribir”, con la teoría y la práctica de la poesía, queda unido aquí a los “trabajos”, fórmulas originales de amor y naturaleza, ante la presión de los recuerdos (sombras). En un mundo de “accidentes”, el mecanismo de las “situaciones” impone su visión. Superando el “dolor” metafísico con el apunte irónico y el humor, el escritor enumera sus “propósitos”, intentando fijar las “ansias” de los secretos del corazón: «Rogaré, a quien se acerque a contemplarlos, /que estime mis colores, que vea en ellos/los colores de cualquier pasión». Al final del recorrido “experimental”, la despedida (renuncia) supone el consuelo de la “apariencia” de las cosas, no sin antes formular un deseo de claridad: «Que las ficciones que celoso guardas/ salgan a la luz». A pesar de que “unos renglones disímiles/ maquillan las carencias del alma”, la singularidad de este “espacio” creativo llega hasta las “definiciones” (también de otros autores): «Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya/ porque la vida es larga y el arte es un juguete».

       Cortázar, en el prólogo a Pameos y meopas (1971), planteaba esta pregunta: “¿Cómo dudar de que, cuando un poeta dice su palabra, la humanidad está tratando una vez más de inventarse, de fundarse, de ser auténticamente?”. La postura del autor del Rayuela, respecto a la publicación de sus versos, era clara: “Nada cambia en el fondo para ellos o para mí, creo que nos quedaremos siempre como del otro lado del libro, asomando a veces allí donde la poesía habita algún verso, alguna imagen”. José Luis Martínez, de igual modo, mira al “otro lado” del libro (los sentimientos) y encuentra nuevas “formas de acción renovadora”.

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