[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_3″ last=»no» spacing=»yes» center_content=»no» hide_on_mobile=»no» background_color=»» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» background_position=»left top» border_position=»all» border_size=»0px» border_color=»» border_style=»» padding=»» margin_top=»» margin_bottom=»» animation_type=»» animation_direction=»» animation_speed=»0.1″ class=»» id=»»][fusion_text]
[/fusion_text][/fusion_builder_column][fusion_builder_column type=»2_3″ last=»yes» spacing=»yes» center_content=»no» hide_on_mobile=»no» background_color=»» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» background_position=»left top» border_position=»all» border_size=»0px» border_color=»» border_style=»solid» padding=»» margin_top=»» margin_bottom=»» animation_type=»0″ animation_direction=»down» animation_speed=»0.1″ class=»» id=»»][fusion_text]
José Luis Martínez: antología poética
La poesía de José Luis Martínez
La recopilación Camino de ningún final lleva un cordialísimo prólogo del poeta Vicente Gallego. El texto introductorio, aunque no sortea el análisis textual ni los comentarios sobre el material poético, evoca un recorrido de afectos e ilusiones; también comenta las duras circunstancias biográficas de José Luis Martínez (Valencia, 1959), claros condicionantes del silencio tenaz de estos últimos años.
La labor literaria del poeta valenciano arranca en 1986, cuando se edita su entrega auroral Culture Club. El aserto está lleno de connotaciones musicales de los años ochenta; es la época en la que la banda británica Culture Club imponía en los escenarios sonoros de media Europa su estética glam y trasgresora. El poemario era un aviso para navegantes, aunque en Camino de ningún final aquella denominación muda su título por el de una sección de aquel libro: El concepto de autor. En los poemas, escritos entre 1980 y 1986, predomina una escritura incisiva e irónica que, tras un aparente confesionalismo, recurre al ludismo en la recreación de un balance vivencial, despojado de trascendencia. Habitamos una realidad anodina, alzada con materiales humildes.
El segundo libro, al préstamo de Cortázar añade el nombre de la amada. En Pameos y meopas de Rosa Silla hay un hilo argumental compartido: el sustrato amoroso. El tejido sentimental convierte a quien se ama en destinatario único de la voz. Las palabras conforman un largo soliloquio fragmentado en el que predomina, como sucediera en la primera entrega, la expresión prosaica y el coloquialismo exento de sensiblería; el amor pone los pies sobre el suelo y se rebaja a un murmullo mental desnudo que busca un refugio contra el tiempo.
Tras casi una década de silencio aparece Abandonadas ocupaciones, tercera salida de José Luis Martínez. Reanuda tarea con un verso más reflexivo y con una mayor amplitud temática. Abundan las fotografías del entorno, de esos elementos delimitados que el discurrir diario deja ante la lucidez de nuestra retina, ya sea un viaje -Estambul-, un perro, un cuarto de baño, o una digresión sobre el propio quehacer escritural, escurridizo y desvaído, con tendencia a ser olvido y ceniza.
El último tramo poético, el que representan los libros El tiempo de la vida y Florecimiento del daño es el mejor representado en la antología. Es lógico; la escritura se va ajustando al devenir vital y se hace su reflejo; es más fácil el propio reconocimiento en el presente. El tiempo de la vida es un cuaderno de campo sobre lo perdido; en sus poemas habita la elegía, esa voz que recuerda las cosas diluidas en la memoria, que deja en la conciencia la sensación de una vida breve y transitoria. La última salida, Florecimiento del daño, adquiere un tono reflexivo e intimista; sondea la identidad del sujeto a través de la azarosa aportación de esas presencias que nos salen al paso y son capaces de ahuyentar el letargo y ese estado de apatía que se deriva de lo rutinario.
La poesía de José Luis Martínez se viste en ocasiones con la humilde apariencia de la prosa, deja en el cenicero el humo de las metáforas para definirse como una anotación vivencial, sin afirmaciones trascendentes, sin la egolatría del que se empeña en dibujarse nítido y solemne en las palabras. Versos sobrios para esa línea gris que marca senda hacia ningún final, que buscan la verdad en el fondo de un vaso de cristal.
[/fusion_text][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]