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Florecimiento del daño
En una línea de creciente desnudez la poesía de José Luis Martínez (Valencia, 1959) ha alcanzado su diáfana esencialidad sin dejar de gravitar en torno a la conciencia de lo cotidiano. En el proceso de su escritura libros como Abandonadas ocupaciones (1997) y El tiempo de la vida (2000) jalonan un despojamiento de lenguaje y, sobre todo, de visión poética que ofrece ahora sus mejores frutos.
Reflexión sobre el conocimiento poético tanto como sobre la experiencia, Florecimiento del daño despliega una prolongada elegía en cuyo interior se afirma, contrastándose, el himno a la materia que da sentido y razón al fervor y a la queja existenciales entre los que se tensa esta poesía. A lo largo de las tres partes que organizan su nuevo libro Martínez matiza en claroscuro creciente la radical afirmación solar que se abre en «Incendios», al comienzo del libro, y que desde el principio instala con la precisión y la originalidad de sus metáforas la síntesis de instinto y voluntad y el convencimiento de una verdad que el poeta extiende a lo absoluto.
Como preparación decisiva para la lectura matizada de la serie amorosa que compone la afirmación esencial en el centro del libro, poemas como «Filas 7, 9 y 11» despojan de autoengaños la voz poética que expresa apasionadamente su voluntad de canto. La queja del protagonista poético por no ser más “el niño inagotable” abre la puerta plausiblemente a la elementalidad que logra el decir de esta poesía entre caída y elevación, entre un desfallecer y la alegría y una iluminación de la plenitud como fugaz victoria en la derrota irremediable que impone el calendario: “Y añades tu intemperie a la intemperie/ y pones a vivir/ a tu estar en tu ser,/ y tu hospitalidad la aireas”.
Cuanto más en precario más tenaz, la afirmación alcanza en «Abluciones», al final del libro, su mejor exponente como difícil síntesis: elegía por amor a la vida, himno por voluntad de resistencia, los poemas últimos reafirman sin rencores a su protagonista como “esclavo” del cielo, de la carne, de la música, del cuerpo y de la realidad terrestre. Y en medio de la conciencia de naufragio se eleva una vez más, en «Resol», ese vuelo entusiasta de la voluntad en el que se abría Florecimiento del daño y que insta de nuevo: “Sumérgete en el día recrecido,/ no te protejas de esta luz/ que asoma por debajo de las puertas/ de la casa del sol”.
Con razón Vicente Gallego se refiere a la de estos poemas como “una mirada que aúna ternura y lucidez, conocimiento e inocencia”.
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